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Tanta desnudez mal habida y regada en poliedros por las calles de Calcuta provocaron avalanchas de secretos húmedos, tibios. La parte trasera de las lenguas varias se achicharraron de calor, los húmeros encendidos, las vértebras formando palabras en sánscrito. Y la Esperanza, esa señora que lavaba ropa en el Ganjes, como buen día lunes, dejó respirar a su hijo por última vez. Y pensó seriamente en comprar de una vez por todas una lavadora.
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